El último diálogo entre Jorge Brito y Alberto Fernández (y todo lo que eso dice sobre el país)
OPINIÓN :
El último diálogo entre Jorge Brito y Alberto Fernández (y todo lo que eso dice sobre el país)
El jueves, poco menos de 48 horas antes de morir, el empresario mantuvo un diálogo telefónico con el presidente, en el que revivieron algunas discusiones que ya habían mantenido cara a cara durante los últimos meses
El lunes pasado por la mañana, el banquero Jorge Brito hizo su última manifestación pública.
En 2014 se volvió a pelear con Cristina, cuando Brito estuvo a punto de conseguir un acuerdo con los fondos buitres, que la ex presidenta dinamitó a último momento porque consideraba que estaba diseñado a medida de los intereses de los bancos. Con el actual presidente recuperó el diálogo que mantuvieron siempre. Así lo sintetizó en su despedida Alberto Fernández: “Con su partida perdimos a un empresario con quien discutir constructivamente sobre el futuro”.
Que el último diálogo entre Fernández y Brito haya sido en realidad el último desencuentro refleja un fracaso del peronismo y los empresarios. Cada vez les es más difícil ponerse de acuerdo. Cada sector acumula afrentas que reprocha al otro. La última de ellas es el aporte extraordinario que se apresura a tratar el Senado. Pero se trata, apenas, de un síntoma más de un problema recurrente. Un núcleo cerrado de empresarios está convencido de que detrás del Frente de Todos anida una ofensiva chavista. Un núcleo duro del kirchnerismo –y así lo expresa Cristina Fernández en su carta del 27 de octubre—está convencido de que no hay interlocutor posible dentro del empresariado: son los que maltratan al Presidente pese a su moderación. Así será imposible cambiar el destino de las cosas. Son dos actores que se necesitan mutuamente y se llevan como perro y gato. ¿Importa mucho de quién es la culpa o importan más los efectos de la interminable pelea?
Un observador muy cercano de esta dinámica diagnosticó en los últimos días: “No se van a poner de acuerdo si hablan del pasado porque solo hay heridas mutuas acumuladas. Tampoco si hablan del presente porque es un momento de escasez en los que todos tiran para su lado. Tal vez puedan ser socios si empiezan a hablar del futuro. Pero eso, hoy, está muy lejano”.
Fernández y Brito eran dos hombres naturalmente inclinados a encontrar acuerdos, aun en medio de un legítimo tironeo producto de los distintos intereses.
Pero en este caso no supieron, no quisieron, no pudieron, o no les dio el tiempo.
Todo un símbolo de la Argentina.
El último diálogo entre Jorge Brito y Alberto Fernández (y todo lo que eso dice sobre el país)
El jueves, poco menos de 48 horas antes de morir, el empresario mantuvo un diálogo telefónico con el presidente, en el que revivieron algunas discusiones que ya habían mantenido cara a cara durante los últimos meses
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El lunes pasado por la mañana, el banquero Jorge Brito hizo su última manifestación pública.
En un reportaje exclusivo publicado por Infobae, se manifestó en contra del aporte extraordinario que aprobaría unas horas después la Cámara de Diputados, y anticipó “una rebelión fiscal sin precedentes”.
El jueves, poco menos de 48 horas antes de morir, Brito mantuvo un diálogo telefónico con el presidente Alberto Fernández. Durante esa comunicación, revivieron algunas discusiones que ya habían mantenido cara a cara durante los últimos meses.
—¿Por qué dijiste eso? ¿Cómo vas a llamar a una rebelión fiscal?—reprochó el Presidente.
— Nadie va a pagar ese impuesto— respondió el titular del Banco Macro.
— Estuvimos seis meses esperando una propuesta superadora que nunca llegó—digo Fernández.
Brito propuso un encuentro personal para la semana próxima. Quedaron en eso. Ninguno de los dos sabía que ese programa no se concretaría porque pocas horas después se produciría el fatídico accidente en Salta.
Ese es el relato que hizo Alberto Fernández el viernes por la noche, en la residencia presidencial de Chapadmalal, en una mesa donde cenaba, entre otros, con el ministro de Economía, Martín Guzmán, el representante argentino ante el Fondo, Sergio Chodos, y su hombre de confianza en la relación con la prensa, Juan Pablo Biondi.
En los meses previos a la media sanción del aporte extraordinario, y al accidente que terminó con la muerte del poderoso presidente del Banco Macro, Brito había cuestionado, junto a otros empresarios como Roberto Urquía, de aceitera General Deheza, o Alfredo Coto, del supermercado homónimo, el proyecto de ley redactado por Carlos Heller y Máximo Kirchner.
El principal cuestionamiento de los empresarios sostenía que ese proyecto discriminaba a las empresas argentinas frente a las multinacionales. Al grabar a las personas físicas, el dueño del Banco Macro, el de supermercados Coto o el de aceitera General Deheza deberían pagar. Sin embargo, sus competidores del Santander, de Carrefour o de Cargill no lo harían porque sus dueños son extranjeros y el impuesto sólo abarca a los argentinos.
El Gobierno sostuvo que estaba dispuesto a ser flexible si le acercaban una propuesta alternativa que le permitiera recaudar al mismo monto. Las versiones se bifurcan a la hora de explicar por qué no hubo un proyecto consensuado. La Argentina es un país donde existe un único consenso: todos pensamos que la culpa es del otro. Esa lógica funcionó también en este caso.
El jueves, poco menos de 48 horas antes de morir, Brito mantuvo un diálogo telefónico con el presidente Alberto Fernández. Durante esa comunicación, revivieron algunas discusiones que ya habían mantenido cara a cara durante los últimos meses.
—¿Por qué dijiste eso? ¿Cómo vas a llamar a una rebelión fiscal?—reprochó el Presidente.
— Nadie va a pagar ese impuesto— respondió el titular del Banco Macro.
— Estuvimos seis meses esperando una propuesta superadora que nunca llegó—digo Fernández.
Brito propuso un encuentro personal para la semana próxima. Quedaron en eso. Ninguno de los dos sabía que ese programa no se concretaría porque pocas horas después se produciría el fatídico accidente en Salta.
Ese es el relato que hizo Alberto Fernández el viernes por la noche, en la residencia presidencial de Chapadmalal, en una mesa donde cenaba, entre otros, con el ministro de Economía, Martín Guzmán, el representante argentino ante el Fondo, Sergio Chodos, y su hombre de confianza en la relación con la prensa, Juan Pablo Biondi.
En los meses previos a la media sanción del aporte extraordinario, y al accidente que terminó con la muerte del poderoso presidente del Banco Macro, Brito había cuestionado, junto a otros empresarios como Roberto Urquía, de aceitera General Deheza, o Alfredo Coto, del supermercado homónimo, el proyecto de ley redactado por Carlos Heller y Máximo Kirchner.
El principal cuestionamiento de los empresarios sostenía que ese proyecto discriminaba a las empresas argentinas frente a las multinacionales. Al grabar a las personas físicas, el dueño del Banco Macro, el de supermercados Coto o el de aceitera General Deheza deberían pagar. Sin embargo, sus competidores del Santander, de Carrefour o de Cargill no lo harían porque sus dueños son extranjeros y el impuesto sólo abarca a los argentinos.
El Gobierno sostuvo que estaba dispuesto a ser flexible si le acercaban una propuesta alternativa que le permitiera recaudar al mismo monto. Las versiones se bifurcan a la hora de explicar por qué no hubo un proyecto consensuado. La Argentina es un país donde existe un único consenso: todos pensamos que la culpa es del otro. Esa lógica funcionó también en este caso.
El banquero Jorge Brito murió ayer, 20 de noviembre, al caer el helicóptero en que viajaba (Diego Levy / Bloomberg)
El desencuentro final entre Alberto Fernández y Jorge Brito es muy revelador de uno de los problemas más serios que tiene el funcionamiento del sistema capitalista local: la desconexión cada vez más cristalizada entre el sector político dominante y los empresarios más poderosos.
Fernández es, sin dudas, uno de los componentes más dialoguistas del Frente de Todos. Brito, por su parte, era uno de los empresarios poderosos más inclinado al diálogo con la política, especialmente con el peronismo. Ellos dos no pudieron ponerse de acuerdo en algo tan de sentido común como un aporte extraordinario de los más privilegiados en medio de una pandemia. Es posible, entonces, imaginar cómo son las relaciones entre los componentes más extremos de la ecuación. Se odian, se recelan, no creen ni en el saludo del otro.
Es un asunto extremadamente delicado. El peronismo no desaparecerá de la sociedad argentina durante largo tiempo: fue, es y será una fuerza central en la dinámica argentina. Imaginar una estrategia de desarrollo sin el peronismo es un delirio. Desde 1945 algunos sectores lo sueñan. Ya hay bastante evidencia documental de que eso no va a ocurrir.
Pero, para poder gobernar, el peronismo necesita del empresariado. Un país sin empresarios, al menos dentro del sistema capitalista, no funciona. Y es aún peor en los países que no son capitalistas. Se trata de una relación imprescindible pero, al mismo tiempo, cada vez más imposible.
Jorge Brito tuvo una relación oscilante con el kirchnerismo. En los lejanos comienzos del 2003, en un recordado almuerzo con Mirtha Legrand, Néstor Kirchner miró a cámara y denunció la existencia de un grupo de banqueros que conspiraba contra él. Aunque no lo nombró, inmediatamente los medios supieron que el destinatario de la denuncia era Jorge Brito.
Sin embargo, en cuestión de semanas, Brito se acercó a Kirchner y su banco se expandió durante los cuatro años que siguieron. La asunción de Cristina no trajo buenas noticias para el banquero, quien fue raleado progresivamente del círculo del poder, pero no de su influencia en el mundo financiero. Las cosas empeoraron cuando el Gobierno creyó descubrir una operación de Brito en medio de una corrida. En medio de todo eso, sus relaciones con el kirchnerismo se centraron en dos personajes clave, que ayer se despidieron de él en términos muy sentidos: Amado Boudou y Sergio Massa.
El desencuentro final entre Alberto Fernández y Jorge Brito es muy revelador de uno de los problemas más serios que tiene el funcionamiento del sistema capitalista local: la desconexión cada vez más cristalizada entre el sector político dominante y los empresarios más poderosos.
Fernández es, sin dudas, uno de los componentes más dialoguistas del Frente de Todos. Brito, por su parte, era uno de los empresarios poderosos más inclinado al diálogo con la política, especialmente con el peronismo. Ellos dos no pudieron ponerse de acuerdo en algo tan de sentido común como un aporte extraordinario de los más privilegiados en medio de una pandemia. Es posible, entonces, imaginar cómo son las relaciones entre los componentes más extremos de la ecuación. Se odian, se recelan, no creen ni en el saludo del otro.
Es un asunto extremadamente delicado. El peronismo no desaparecerá de la sociedad argentina durante largo tiempo: fue, es y será una fuerza central en la dinámica argentina. Imaginar una estrategia de desarrollo sin el peronismo es un delirio. Desde 1945 algunos sectores lo sueñan. Ya hay bastante evidencia documental de que eso no va a ocurrir.
Pero, para poder gobernar, el peronismo necesita del empresariado. Un país sin empresarios, al menos dentro del sistema capitalista, no funciona. Y es aún peor en los países que no son capitalistas. Se trata de una relación imprescindible pero, al mismo tiempo, cada vez más imposible.
Jorge Brito tuvo una relación oscilante con el kirchnerismo. En los lejanos comienzos del 2003, en un recordado almuerzo con Mirtha Legrand, Néstor Kirchner miró a cámara y denunció la existencia de un grupo de banqueros que conspiraba contra él. Aunque no lo nombró, inmediatamente los medios supieron que el destinatario de la denuncia era Jorge Brito.
Sin embargo, en cuestión de semanas, Brito se acercó a Kirchner y su banco se expandió durante los cuatro años que siguieron. La asunción de Cristina no trajo buenas noticias para el banquero, quien fue raleado progresivamente del círculo del poder, pero no de su influencia en el mundo financiero. Las cosas empeoraron cuando el Gobierno creyó descubrir una operación de Brito en medio de una corrida. En medio de todo eso, sus relaciones con el kirchnerismo se centraron en dos personajes clave, que ayer se despidieron de él en términos muy sentidos: Amado Boudou y Sergio Massa.
En su despedida, el Presidente aludió a la discusión sobre el futuro. Tenía programado un encuentro con el empresario
En 2014 se volvió a pelear con Cristina, cuando Brito estuvo a punto de conseguir un acuerdo con los fondos buitres, que la ex presidenta dinamitó a último momento porque consideraba que estaba diseñado a medida de los intereses de los bancos. Con el actual presidente recuperó el diálogo que mantuvieron siempre. Así lo sintetizó en su despedida Alberto Fernández: “Con su partida perdimos a un empresario con quien discutir constructivamente sobre el futuro”.
Que el último diálogo entre Fernández y Brito haya sido en realidad el último desencuentro refleja un fracaso del peronismo y los empresarios. Cada vez les es más difícil ponerse de acuerdo. Cada sector acumula afrentas que reprocha al otro. La última de ellas es el aporte extraordinario que se apresura a tratar el Senado. Pero se trata, apenas, de un síntoma más de un problema recurrente. Un núcleo cerrado de empresarios está convencido de que detrás del Frente de Todos anida una ofensiva chavista. Un núcleo duro del kirchnerismo –y así lo expresa Cristina Fernández en su carta del 27 de octubre—está convencido de que no hay interlocutor posible dentro del empresariado: son los que maltratan al Presidente pese a su moderación. Así será imposible cambiar el destino de las cosas. Son dos actores que se necesitan mutuamente y se llevan como perro y gato. ¿Importa mucho de quién es la culpa o importan más los efectos de la interminable pelea?
Un observador muy cercano de esta dinámica diagnosticó en los últimos días: “No se van a poner de acuerdo si hablan del pasado porque solo hay heridas mutuas acumuladas. Tampoco si hablan del presente porque es un momento de escasez en los que todos tiran para su lado. Tal vez puedan ser socios si empiezan a hablar del futuro. Pero eso, hoy, está muy lejano”.
Fernández y Brito eran dos hombres naturalmente inclinados a encontrar acuerdos, aun en medio de un legítimo tironeo producto de los distintos intereses.
Pero en este caso no supieron, no quisieron, no pudieron, o no les dio el tiempo.
Todo un símbolo de la Argentina.
Crédito Nota Infobae
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